lunes, 29 de noviembre de 2010

lo fundamental

asunto trajo de cabeza a los matemáticos y navegantes durante siglos, así como a los Imperios del momento. La cuestión de la longitud se convirtió en materia de Estado: la cada vez más frecuente. La navegación oceánica carecía de algo tan elemental como poder determinar con precisión una de las coordenadas de la posición de un buque en alta mar. Las consecuencias eran pérdidas de tiempo, de cargas, y, como no, naufragios frecuentes. No será sino hasta el siglo XVIII cuando el relojero inglés John Harrison resuelva el problema al construir un cronómetro eficaz. A partir de entonces cualquier nave conocía la hora del puerto de salida, en cualquier momento, de modo que comparándola con la hora de a bordo al culminar el Sol -mediodía-, u otro astro conocido, la longitud de la posición, el meridiano, se calculaba inmediatamente.

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